lunes, 6 de octubre de 2008

La bisi, los recuerdos y la vida...

Tenía una infección crónica que se le complicaba por momentos. Llevaba meses entrando y saliendo del hospital, y todos sabíamos que cada vez que salía, lo hacía un poco peor. Un poco más cerca de otro sitio. Yo, que como muchos no creyentes acabamos creyendo en nuestros propios fantasmas, llevaba días encendiendo una vela a mi otra abuela, ese trocito que siempre me acompaña, pidiéndole que se la llevase pronto, a ese lugar donde si existen, se van las almas. Pero que dejara de sufrir. La mujer que lo ha sufrido todo. Un montón de embarazos, algunos que no llegaron a ser partos. Un montón de partos, algunos que no llegaron a tener un año. Y ocho hijos que tirar para adelante, en una tierra de hombres, levantada por mujeres. Aún la recuerdo pelando patatas en la cocina, vestida de negro con el delantal de cuadros. O con un barreño en la cabeza en que a veces iba la ropa para tender, a veces un montón de kilos de berberechos... Y parece que todavía la voy a escuchar decirme "Fatimiña", con ese acento que te entra en las entrañas, porque sabes que también te pertenece a ti. Me dio tiempo que conociese a Maria y que Maria conociese a su bisabuela, la bisi. Su otra bisi.

Hoy he tenido una llamada de mi primo Pablo. Ese niño que se ha hecho grande de repente, y que me enseñó a pronunciar "gato"... con esa g tirando a jota, pero suavecita, que suena muy gallega. Ya sabía qué iba a decirme. Pero no he podido soltar una lágrima hasta que poco despues he conseguido hablar con mi padre. Venía conduciendo desde Barcelona, donde había ido a ver a Paul Auster. Daba una conferencia en el Ajuntament, pero Maria se ha empeñado en que no llegásemos a tiempo y encima le ha entrado la llorera al poco de llegar. Así que despues de darle un bibe se me ha hecho lo suficientemente tarde para desistir en conocer a uno de esos escritores que me apasionan. Hemos cambiado la conferencia por un paseo, y sin darme cuenta, o quizás sí que me he dado, he acabado delante de una floristería chiquita, observando dos dependientas y preguntándome qué coño hacía yo allí. En la puerta de la tienda había unas cuantas plantitas justo como las que compré la semana pasada en el garden, una especie de arbusto parecida al romero pero de colores liláceos, morados o blancos....Ni siquiera he entrado. Sólo una mirada de lejos, a una vida que no me toca husmear. Así que me he vuelto para casa intentando no darle demasiada importancia.

Y ya en casa he encendido mil velas en el patio. Maria duerme. Yo aprovecho para escribir un poquito, bajo las estrellas.. a riesgo de quedarme pajarito a pesar de la chaqueta de lana que he encontrado en una caja. Creo que era de Albert, porque yo nunca me había puesto este muerto encima. Y mirando las estrellas, caigo en la cuenta que muchas de ellas ya no existen, que explotaron hace muchos años, pero nosotros aún estamos viendo el reflejo de lo que fueron. Es lo que tiene estar a años luz de una estrella.

Y en casa siguen apareciendo objetos que desaparecieron un día. El espejo de espirales estaba al final del pasillo, en esa otra casa que compartí con Alb. Recordé que lo compramos en una tienda de marcos que estaban cerrando, justo en la plaza (¿Madrid?) que hay cerca del Ateneu Barcelonés... Recuerdo que tuvimos una pelotera por el puto espejo, pero ahora que me lo miro, creo que valió la pena. Y hoy Maria estrenó el kilim. Esa alfombra mágica que recorrió toda Turquía dentro de una mochila.

En realidad, la muerte te acerca a la vida. Mi abuela se ha ido. Pero miro a mi hija y entiendo que la vida es justamente eso. Y que es necesario que unos se vayan para que lleguen otros. Y así es para todo.